El jueves pasado el presidente de Brasil Michel Temer, en un mensaje televisivo, luego que el Supremo Tribunal Federal decidiera iniciar una investigación sobre sus vínculos con la trama de corrupción de Petrobras, señaló escuetamente “yo no compré el silencio de nadie”, para luego extenderse a reivindicar su gestión busca “sacar a Brasil de su peor recesión en un siglo mediante recetas de austeridad”.
Temer asumió el poder hace un año en sustitución de la destituida Dilma Russeff y desafiante ante las cámaras agregó que “no podemos tirar a la basura de la historia tanto trabajo en pro del país”. Su respuesta con argumentos cargados de astucia política, busca desviar la acusación en su contra, aunque es probable que el pedido de la Fiscalía acentúe la presión sobre él y si no renuncia, será destituido como Dilma o un impeachment lo obligara a salir de su cargo.
Días antes se habían conocido la interrogación de cinco horas que el juez Sérgio Moro realizó al ex presidente brasileño Luiz Lula da Silva sobre las acusaciones que presuntamente lo situarían en el caso Petrobras. Frente a la pregunta del magistrado si había aceptado o no sobornos en forma de favores de empresarios privados, Lula -todavía el político más popular de su país, a siete años de su gobierno- lo negó rotundamente.
Exhibiendo, al igual que Temer, su habilidad política se permitió durante el largo interrogatorio opinar sobre la grave situación que atraviesa Brasil y proclamar al juez Moro su decisión de participar en las elecciones presidenciales de 2018 y en un acto de malabarismo, tornándose de acusado en acusador, le planteó dos interesantes interrogantes que revelan la mecánica del poder: “¿Usted no se siente responsable porque el caso Petrobras que investiga haya destruido la industria de la construcción de este país? ¿No se siente responsable porque 600 millones de personas del sector hayan perdido el empleo? recriminando la obsesión del magistrado de limpiar Brasil de corrupción, en lugar de sacarlo adelante. El juez sin dejar que ninguna salida de tono le sedujese, le rebatió: “Pero: ¿lo que perjudica a esas empresas fue la corrupción o el combate a la corrupción?
En esta inédita interrogación judicial, Lula parodiando a Maquiavelo, pareciera reconvenir al juez que el criterio para validar las acciones políticas es el éxito “porque donde se delibera exclusivamente sobre la salud de la patria, no se debe hacer ninguna consideración sobre lo justo ni sobre lo injusto”, (Maquiavelo, Discursos, III, 41) y el juez Sergio Moro pareciera a su vez replicarle a Lula que el político “siempre debe responder por las consecuencias previsibles de sus acciones”, (M. Weber, ‘La política como profesión’) provocándose el antiguo contrapunto entre ética y política.
Del estado de conmoción política que vive Brasil y retornando a nuestro país, constatamos, muy a nuestro pesar, que la política también está en primera plana cuestionándose el manejo financiero de los recursos del Partido Socialista y los beneficios tributarios privilegiados que le otorgó el S.I.I. Sin embargo, la evidencia de los hechos denunciados derrumbó la defensa de inocencia de su presidente, viéndose obligado a anunciar la adopción de futuras medidas que elevarán los estándares éticos de la colectividad. Claro está, que aunque levanten voces prometiendo elevar muros entre el dinero y la política, no serán escuchadas, si persisten en sus ‘errores’, que aunque ‘sólo’ persigan beneficiar las arcas de su conglomerado y no revistan caracteres delictuales, son gravísimas porque socaban la democracia, vuelven a los partidos políticos dependientes del mercado y generan en el alma popular un sentimiento de impotencia que la hace no partícipe de la cosa pública.
Mario Sepúlveda
Académico Facultad de Derecho, U.Central
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