La degradación de suelos y la sequía, fenómenos directamente relacionados con el cambio climático, nos hacen recordar -en el marco del Día Mundial del Medio Ambiente- que la forma en que hacemos las cosas, sí importa.
La diferencia entre Haití y República Dominicana, dos países que comparten una misma isla, pero cuyas realidades son completamente opuestas, lo grafica claramente: la deforestación masiva de Haití que se inició en tiempos de la colonia para despejar la tierra para cultivos comerciales y que continúa hasta el día de hoy, ha dejado este lado de la isla en una situación de vulnerabilidad frente a eventos climáticos como lluvias y huracanes.
En cambio, República Dominica, desde la época de la colonia hasta hoy, ha conservado su vegetación, factor clave que explica las diferencias en el nivel de ingresos de los países y el por qué esta nación se ve mucho menos afectada por estos fenómenos naturales.
Chile al 2016, busca duplicar la exportación de alimentos ante un escenario complejo, ya que es uno de los países más afectados por el avance del desierto, la desertificación, la degradación de las tierras y la sequía, a un nivel sólo comparable al de los países de África Sub-Sahariana.
Según el Centro de Información de Recursos Naturales (CIREN), la degradación de suelos que afecta a nuestro país, se debe en gran medida a la erosión generada, entre otras, por las actividades humanas asociadas a prácticas agrícolas inadecuadas. De esta manera, el cuestionamiento de cómo hacemos las cosas para la agricultura, cobra especial importancia.
La pérdida de suelo fértil, elemento esencial y la base para un sistema silvoagropecuario productivo, ha provocado una preocupante disminución de un 32% de la productividad agrícola, en menos de 10 años. En varios sectores, partiendo del valle de Copiapó y extendiéndose hasta parte de la zona centro-sur, la producción frutícola ya se ve altamente afectada debido a la erosión del suelo y la sequía, fenómenos que han sido exacerbados por la sobreexplotación de los ecosistemas. Estos factores, acompañados de los cambios en el clima, está llevando a que las zonas frutícolas se extiendan hacia las regiones del sur, tradicionalmente ganaderas.
Considerando estos cambios, es de suma importancia que el país se cuestione qué tipo de potencia agroalimentaria quiere ser. En el afán del crecimiento económico, ¿queremos fomentar prácticas agrícolas netamente extractivas, que no se preocupan de la renovación, sino que sólo de la maximización económica a corto plazo y que a largo plazo llevarán a que el sector se auto extinga? ¿O buscamos que Chile se destaque como una potencia agroalimentaria que cuenta con un sistema de producción preocupado por la renovación de los suelos, reforestación y un uso altamente eficiente de la energía y el agua, entre otros?
Si la respuesta es que Chile anhela posicionarse como una potencia agroalimentaria sustentable, la formación de los “agricultores del futuro” es clave para enfrentar este tema. Para ello, se requiere de conocimientos complejos de materias diversas que van desde la biología de suelos hasta el manejo de herramientas de software para monitoreo de variables de clima, fisiología de las plantas y estado del suelo, entre otros.
Solo si logramos enfrentar este desafío, podremos pensar en que la industria agroalimentaria seguirá siendo un pilar fundamental de la economía nacional en el tiempo.
Annika Schüttler
Jefa de Proyecto Smart Energy Concepts
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