La obra “Todos eran mis hijos” presentada el sábado 27 de abril en el teatro regional Biobío nos invita a pensar los modos en que sorteamos los avatares de la vida en sociedad. Es una interpelación directa a nuestra moral y a las decisiones que tomamos a diario, justamente hoy, cuando la humanidad en su conjunto está tomando medidas para frenar el daño ecológico provocado por el calentamiento Global.
Pero frente a eso, la obra nos muestra cómo la vida tranquila de Joe Keller tenía un pasado conectado con el crimen de la guerra, en este caso de la 2da Guerra Mundial, y el ascenso económico de Estados Unidos mediante el incremento productivo de la industria armamentística. Algo que, para nuestro trauma chileno, me refiero a la dictadura, tiene el mismo amargo sabor. El que, como da cuenta el escritor Carlos Cerda en su novela Una Casa Vacía, llevó este conflicto social y político al interior de las propias familias y en particular a la siempre compleja relación intergeneracional de padres e hijos.
Desde ahí, entonces, este drama, al que el propio autor norteamericano, Arthur Miller (1905-2005), llamó “la tragedia del hombre común”, es un volver situado desde una de las principales fracturas del siglo XX al género que Aristóteles concibió esencialmente como “una imitación” de “acciones temibles y dignas de conmiseración” en las que “caen en desgracia” los seres humanos por “alguna falla”. En tal sentido, el ideal de la familia americana de post-guerra es cuestionado lúcidamente por Miller, quien hace visible los silencios que guarda la apariencia. En el fondo intenta transparentar los hechos y la honestidad misma con que se relata el pasado a los hijos, amigos y a la sociedad.
De este modo, la obra de Miller es una interpelación a nosotros mismos y las acciones que a diario cometemos en función del trayecto social en el que estamos imbuidos, llamándonos a tomar los minutos necesarios para pensar bien antes de obrar y no seguir la avalancha irracional de hacer dinero a cualquier precio, incluso al precio de la honra y dignidad propia de los hijos. La historia familiar de los Keller, con un hijo muerto en la guerra y otro lleno de presiones y culpas por lo vivido en ella, retratan que las fracturas sociales son también las fracturas de nuestros actos y a la postre de nuestra vida privada.
Saber pensar antes de actuar es un reclamo ético que ya, desde el Edipo Rey, se viene clamando entre los humanos para sobreponer la razón de la justicia por sobre la irracionalidad de las pasiones.
Prof. Dr. Eliseo Lara Ordenes
Director de Ped. En Educación Media
Universidad Andrés Bello
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