Dos problemas que ninguno de los gobiernos de los últimos 25 años ha resuelto. Han fracasado en contener y más aún en disminuir los delitos porque recurren a medios holísticos para no enfrentarlos.
Según el periodista Tomás Mosciatti 300 bombas han sido colocadas en diferentes lugares últimamente, de las que los medios de comunicaciones sólo habrían informado unos pocos casos. Robos de película por doquier como el de las platas en el Aeropuerto de Santiago, Tía Rica, cajeros automáticos con tecnología delictual de punta, asaltos a diario incluyendo los de los mapuches terroristas (una minoría). Los pocos detenidos se liberan. De los 90.000 condenados, 43.346 están en las cárceles y 45.913 se jajajean por las calles. Gozan de reclusión nocturna (cosa que todos hacemos en las noches), firmas periódicas, prohibición de acercase a la víctima y otras que más parecen privilegios.
Los políticos piensan que hay que aumentar el número de detectives, fiscales y carabineros, contratar al FBI, a técnicos en antiterrorismo y encargar estudios. Sin embargo, a lo más, disminuirán los delitos en algunas décimas de porcientos porque no atacan el problema de fondo: es buen negocio ser delincuente o terrorista. Mientras tanto, la Concertación discute cuántas personas se necesitan para ser terroristas. Debate intrascendente porque, a diferencia de los delitos comunes en que hay ánimo y decisión de dañar a la víctima para alcanzar el objetivo, terrorismo es cualquier acto para atemorizar a terceros, sin que el objetivo sea herir, matar o secuestrar a personas específicas. Al que le llega le llega.
Las matemáticas aplicadas a la criminología son indesmentibles. De acuerdo a las estadísticas de la policía, gendarmería y del Ministerio de Justicia, se demuestra que la probabilidad de ser detenido es del 25%, y entre ellos de ser procesado es de 60%, o sea, el 15% de los detenidos; la probabilidad de ser condenado es el 20% del 15%, o sea 3% del total de detenidos y la probabilidad de cumplir la pena, 40% de ese 3%, esto es 1,12% de los delincuentes detenidos. La nada misma. De ahí que bien vale la pena obtener un botín de millones, lo que nunca obtendrían con un trabajo honrado, con mínimas probabilidades de cumplir una pena efectiva.
Nada de esto se ha considerado en las políticas para combatir la delincuencia o el terrorismo. Se requiere modificar los Códigos Procesal y Penal en materia de pruebas y sanciones. Acabar con la falsa “irreprochable conducta anterior”, porque el procesado ya era delincuente, sólo que no había sido sorprendido. Los atenuantes para reducir las condenas son una farsa, como no haber huido del país y haber colaborado con la justicia. Si a eso se suma la interpretación antojadiza que muchos jueces hacen de la ley, la probabilidad de ser condenado seguirá siendo 1,2%.
El argumentar que las cárceles son escuelas del delito no es válido si se segregan los presos en lugares diferentes. Hay que construir más cárceles o también colonias penales como por ejemplo en las Islas de San Félix y San Ambrosio y otras despobladas.
Javier Fuenzalida A.,
profesor Universidad Finis Terrae