El futbolista Marcelo Díaz fue asaltado por sujetos armados en el portón de su casa, le robaron la cartera a su mujer y el deportista lanzó una frase para el bronce: “Los delincuentes ya se tomaron el país”.
Un joven de La Dehesa es víctima del “cuento del tío”: Su padre asegura que fue un secuestro psicológico y – al igual que el caso anterior – el hecho es materia de titulares de diarios y noticieros de televisión.
Hubo un homicidio en Rengo. Salvo algunos medios regionales, nadie más consignó el suceso y lo mismo pasa con otras muertes violentas, que tan solo El Rancagüino ha publicado y por ello nos damos por enterados los fieles lectores del matutino local.
Ya lo hemos dicho, la alharaca acerca del tema de la delincuencia es una herramienta política. Se usa en todos los países occidentales para desacreditar al gobierno de turno, para detener procesos políticos y – por cierto – para destruir o fortalecer campañas de futuros Aspirantes a cargos de poder. Usted bien lo sabe (y recordará), la figura del candidato populista levantando una escoba es de antología.
Pero además de la falacia, de la gravedad o del descontrol del delito (más aun en nuestro país, en que las cifras indican que tendremos un año con menos delincuencia que el 2014) se suma el antiguo clasismo.
El país llora si se muere un gran cantante, comediante o figura de televisión en un accidente aéreo, pero nadie se acuerda del dolor de las familias, ni del nombre de los demás pasajeros del mismo vuelo.
Un futbolista dice que las políticas públicas sobre delincuencia son un fracaso porque lo asaltaron, aunque antes el tema ni le hacía curiosidad y los medios santiaguinos lo magnifican.
Todo esto, porque algunos estamos fuera de la sociedad. Y para no caer en frases comunes, permítanme transcribir un párrafo del gran novelista Roberto Bolaño y de su libro “2666” para explicar porque.-
“En los siglos pasados la sociedad acostumbraba a colar la muerte por el filtro de las palabras. Si uno lee las crónicas de esa época se diría que casi no había hechos delictivos o que un asesinato era capaz de conmocionar a todo un país.
No queríamos tener a la muerte en casa, en nuestros sueños y fantasías, sin embargo, es un hecho de que se cometían crímenes terribles, descuartizamientos, violaciones, de todo tipo, e incluso asesinatos en serie. Por supuesto, la mayoría de los asesinos en serie no eran capturados jamás. Fíjese sino en el caso más famoso de la época. Nadie supo quién era Jack El Destripador. En el siglo XVII por ejemplo, en cada viaje de un barco negrero moría un veinte por ciento de la mercadería, es decir, de la gente de color que era trasportada para ser vendida, digamos, en Virginia. Y eso ni conmovía a nadie ni salía en grandes titulares en el periódico de Virginia. Ni nadie pedía que se colgara al capitán del barco que los había transportado. Si por el contrario, un hacendado sufría una crisis de locura y mataba a su vecino y luego volvía galopando hacia su casa en donde nada mas de descabalgar mataba a su mujer, en total dos muertes, la sociedad Virginiana vivía atemorizada al menos durante seis meses y la leyenda del asesino a caballo podía perdurar durante generaciones enteras. La gente de color muerta no pertenecía a la sociedad, mientras que el asesino a caballo de Virginia si pertenecía, es decir, lo que a ellos sucediera era escribible, era legible”.
Le reitero mi disculpa por plagiar acá al recordado maestro Bolaño, para decir algo tan sencillo como que la prensa Santiaguina – en lo relativo al tema de la delincuencia – es alharaca, truculenta, desinformada y además, clasista.
Alberto Ortega
Defensor Regional O’Higgins