Durante la ilustración en el siglo XVIII se produjo la separación entre la fe y la razón. Se buscaba conocer las causas de los fenómenos naturales mediante las disciplinas dando origen a la revolución industrial, iniciándose un acelerado desarrollo económico, sin precedente. A mediados del siglo XIX comienza una segunda revolución industria vigente hasta hoy, caracterizada por la producción de energía en base a fuentes fósiles hoy cuestionada debido al cambio climático.
El Papa Francisco no pudo estar silencioso ante estos hechos y nos ha enviado un importante mensaje, la encíclica Laudato si (Alabado Seas). Basada en textos bíblicos, que establecen divina la relación entre el hombre y el medio ambiente. Cita al Génesis que señala que el hombre es invitado a usar la tierra para “labrar y cuidar el jardín del mundo” (Gn 1,28, Gn 2,15), donde labrar significa cultivar, arar o trabajar y cuidar significa proteger, custodiar, preservar, guardar, vigilar. Cita la ley del Shabbath: Dios ordenó a Israel que el séptimo día debía celebrarse como “un día de descanso para que reposen tu buey y tu asno” (Gn 2,2-3; Ex 23,12;16,23; 20,10). Instauró un año sabático para Israel y su tierra, cada siete años durante el cual se daba un completo descanso a la tierra, no se sembraba y sólo se cosechaba lo indispensable para subsistir y brindar hospitalidad (Lv 25,1-4; 25,4-6). Finalmente, cada, cuarenta y nueve años, se celebraba el Jubileo, año de perdón universal y de “liberación para todos los habitantes” (Lv 25,10). Aunque el Papa no lo cita, hay también en el Corán la responsabilidad por cuidar la tierra.
Hasta aquí la fe. Mas adelante el Papa recoge los resultados de los avances de estudios científicos que han comprobado el calentamiento global, sea un fenómeno cíclico natural o sea antropogénico y que el hombre, por su bien, está obligado a resolverlo. Esta conjunción de la fe y la razón no se limita a las ciencias duras como la física, química, biología y la astrofísica sino que también a la economía, advirtiendo que el mercado libremente no resuelve la degradación ambiental porque su costo no está contabilizado por los productores. Es lo que los economistas llaman externalidades. Es un antiguo concepto. Adam Smith los trata en el libro V de la Riqueza de las Naciones (1876). Alfred Marshall lo aborda en sus Principios (1890), Pigou en el siglo XX (impuestos piguvianos), Milton Friedman en sus notas sobre Teoría de los Precios. Ronald Coase al analizar el problema del costo social.
La política tradicional ha sido la de imponer un impuesto a las fuentes emisoras de contaminantes. Sin embargo tratándose de un fenómeno mundial los impuestos aislados no son suficientes a la luz de los informes del Intergovernment Panel on Climate Change al que el Papa se remite. Se requiere un esfuerzo mundial, en que la contribución de cada país sea destinada a subsidiar las fuentes y fundamentalmente a financiar las investigaciones para acelerar la sustitución del uso de combustibles fósiles por la energía solar. El profesor Jeremy Rifkin, quien nos visitara en Enero pasado, expuso la viabilidad de este nuevo paradigma que denomina la Tercera Revolución Industrial, en que la energía solar -en combinación con las redes informáticas puede resolver el cambio climático.
Esta vez, a diferencia del siglo XVIII, la fe y la razón van de la mano.
Adventum tuum gratulor.
Javier Fuenzalida A
Profesor, Universidad Finis Terrae
