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Malos Argumentos

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El gobierno anuncia la entrega de los secretos tardíos que demostrarían que los aumentos de impuestos no afectarán al crecimiento. Demoniza el uso del FUT cuando se destina a inversiones “pasivas” y no a inversiones activas: “fierro y cemento”. Las primeras son activos financieros tales como bonos, cuotas de fondos, acciones, efectos de comercio y otras obligaciones emitidas por instituciones ajenas al giro de la empresa inversionistas. No son pasivas. Generan rentas en la forma de intereses, dividendos y participaciones pagadas por el emisor quien usa esos capitales para financiar sus inversiones activas. Es la contrapartida que, imperdonablemente, el Ministro de Hacienda y sus asesores ignoran. Bajo el punto de vista macroeconómico no hay nada que objetar ya que es el mercado de capitales el que se encarga de la asignación eficiente de los ahorros. Por consiguiente, la errada visión negativa del gobierno respecto del FUT es irrelevante. Lo único que podría ser discutible es la forma como se canalizan los ahorros.
Esas formas son las que el estado ha creado para que el mercado de capitales sea eficiente y las ha promovido mediante diversos tipos de incentivos tributarios. Si estos canales fueran imperfectos lo inteligente sería modificarlos, pero no castigar el ahorro en la forma de utilidades no distribuidas. Es como vender el sofá. Por ejemplo, hay imperfecciones del mercado bancario donde prevalecen tasas de interés sobre créditos que van de 3% para las grandes empresas a 48% anual para las pequeñas de modo que a éstas no les queda otra opción que usar el FUT como fuente preferente de capital. Eliminarlo significará un aumento de costo insoportable para las Pymes que quedarán sujetas a la discrecionalidad de los bancos.
Bajo circunstancias normales los aumentos de impuestos afectan negativamente al crecimiento. Lo establecen los textos de macroeconomía e innumerables trabajos, pero el gobierno sostiene lo contrario citando como evidencia los cambios introducidos en 1990 cuando aumentó la tasa del impuesto de primera categoría conjuntamente con la base. Hubo un efecto negativo. La economía creció tan solo 3,6% y el ajuste recesivo fue menor porque el país venía creciendo, ininterrumpidamente, a una tasa record de 7,5% anual desde 1985, dinámica que duró hasta 1998. Toda una prosperidad que no es ni la sombra de las condiciones actuales.

 

Negar el impacto negativo porque la contrapartida será una mayor inversión en educación es algo que está por verse. Puede ser apenas un «whishful thinking» por dos razones. Una, el efecto es a largo plazo, cuando la nueva población, mejor educada, ingrese al mercado laboral en 10 años más. Dos, lo anterior siempre y cuando esa inversión sea productiva, lo que está en duda a juzgar por los proyectos enviados al Congreso que no garantizan educación de calidad, porque son insuficientes en materia de educación temprana y porque no se innova respecto a la enseñanza de los pedagógicos, ni en los planes de estudios. Una mayúscula falla del estado, propietario de una veintena de universidades impermeables a esta necesidad.

 

 

Javier Fuenzalida A.

Profesor, Universidad Finis Terrae

 

 

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